El título de este editorial no es nuestro, sí los comentarios que llevaron a él. Pertenece a una reciente entrevista1 firmada por @FApezteguia, periodista especializado en salud del diario El Correo, con motivo de la publicación del manual Telemedicina en Neurología del Grupo de Trabajo en Telemedicina y Neurología de la Sociedad Española de Neurología2. La obra es de libre acceso y puede leerse (apenas se tarda un par de horas) haciendo clic aquí. En ella se revisan aspectos tecnológicos y prácticos sobre el uso adecuado de la telemedicina en nuestra especialidad, sin olvidar todas aquellas cuestiones asistenciales, legales, deontológicas y relacionadas con la identidad y la seguridad del paciente. Exceptuando los epígrafes sobre anamnesis específica y exploración neurológica a distancia, su contenido es transversal y a nuestro juicio válido para otras especialidades médicas.
Lo primero que hicimos con el PDF aún caliente fue enviar la obra a la Secretaría General de Salud Digital, Información e Innovación para el Sistema Nacional de Salud del Ministerio de Sanidad del Gobierno de España con la sugerencia de que los médicos que atendemos a pacientes en persona y sabemos hacerlo a distancia, in abstentia, tenemos que sentarnos en esa mesa desde el comienzo. Quien repare en las inquietantes portadas de su documento Estrategia de Salud Digital. Sistema Nacional de Salud3, de diciembre de 2021, decoradas con una foto de Digitalis purpurea, no sería de extrañar que sospechase de su contenido.
La telemedicina, teleneurología en nuestro caso, es como la digital: debe indicarse en el paciente adecuado y ajustar bien la dosis, pues el rango terapéutico, la diferencia entre el beneficio clínico y la intoxicación, es estrecho. Sin embargo, algo nos dice que va a haber muchas intoxicaciones y más de una calamidad. La tentación de suplir la creciente falta de médicos y reducir las insoportables listas de espera es tan grande que ningún servicio de salud patrio se va a resistir, es algo inevitable. Por ello, si en el diseño de estas estrategias no se cuenta desde el comienzo con quienes vemos y tocamos pacientes y, además, sabemos practicar la Medicina in abstentia, habrá problemas. Y si se abusa de la telemedicina, cosa probable, habrá muchos problemas.
Una máxima que debería respetarse en estos nuevos escenarios es que las primeras visitas, al menos en las especialidades clínicas puras como la Neurología, sean siempre presenciales. A nadie en su sano juicio se le ocurriría atender a alguien que consulta ex novo por dolor de cabeza, por muy crónica que parezca, mediante teléfono, videollamada o e-mail, obviando la necesidad de una exploración física ordenada y dirigida. Ese riesgo no es médicamente asumible salvo que se trate de un sistema de triaje, un experto humano esté al otro lado y, ante la más mínima duda de cefalea secundaria –entre otros motivos–, pueda remitir el caso a alguien que vea, toque y hable con el paciente sin dilación. Los ejemplos de síntomas en apariencia banales con potenciales desenlaces fatales son legión en Neurología y la mayoría de las especialidades. La práctica de la Medicina en quien consulta por primera vez no puede ser un call center.
Obviamente, no todos los pacientes quieren ser vistos y tocados. Esto es seguramente más probable en los nativos digitales, si bien siempre ha pasado. El riesgo potencial más evidente de esta negativa a ser interrogados y manipulados por un desconocido es confiarse durante los primeros síntomas a la suerte de sistemas de diagnóstico –y, en el mejor de los casos, de triaje– electrónico vía web o mediante aplicaciones móviles, búsquedas de síntomas en Internet aparte, por no hablar de la inteligencia artificial, aún en sus albores en cuanto a diagnóstico clínico se refiere, o el metaverso ese, ay, del que habrá que reflexionar en una próxima ocasión.
Tampoco todos los pacientes necesitan que se les vea y toque. Hay numerosas cuestiones administrativas que pueden resolverse a distancia, incluso por máquinas. Esto también es humanización. Y es en las revisiones de pacientes conocidos y estables donde la telemedicina tiene una palmaria aplicación práctica y eficiente a fecha de hoy. Pero debe elegir el paciente, ojo, amén del proceso clínico que padezca, pues no todo vale.
Llevamos practicando la telemedicina sin darnos cuenta desde hace años al atender telefónicamente a los pacientes y familiares que llaman a las secretarías de nuestros servicios. Lo hacía William Cullen (1710-1790) cuando practicaba el diagnóstico y consejo médico por vía epistolar, llegando a 200 cartas al año en sus últimos 15 años de vida4. Incluso Galeno de Pérgamo (129-c.201/216) hizo en ocasiones diagnósticos y prescripciones a pacientes que nunca llegó a ver, alterando así el método clínico-secuencial-canónico postulado siglos atrás en el Antiguo Egipto de escuchar al paciente, observar, explorar y, tras esto, diagnosticar y plantear un tratamiento2,4. Sigamos viajando en el tiempo. La práctica de la uroscopia, por poner un ejemplo, se remonta a la época faraónica, y la posibilidad de transportar la orina u otros humores del paciente para su inspección sensorial remota por un sabio en la materia es un hecho que seguramente sucedió, probablemente con frecuencia2. Es más, mucho antes, los poblados cercanos tuvieron que comunicarse epidemias y otras miserias humanas usando señales de fuego y humo.
La telemedicina siempre ha estado entre nosotros, especialmente desde la invención del telégrafo, el teléfono y la radio, pero los intentos de ponerla en práctica en los últimos 40-50 años siempre se han topado con eternas dudas sobre privacidad, seguridad, el arte de la Medicina o la sacrosanta relación médico-enfermo. Tuvo que llegar una pandemia y una crisis asistencial y vocacional como nunca ha habido para que los estrategas que desconocen qué es tener a un paciente en frente decidan romper, de la noche a la mañana, todas las no tan pretéritas (2019) líneas rojas que nunca se atrevieron a cruzar. Aleluya.
Bienvenida sea la decisión, pero hágase bien. El paciente en el centro siempre, pero quienes saben ver, tocar, diagnosticar, tratar y aconsejar al que está al otro lado, sea en la mesa de la consulta, la pantalla de un ordenador o por teléfono, en la primera página de autores de esas rimbombantes estrategias para empezar, por favor. De lo contrario, la intoxicación no será por Digitalis purpurea, sino por Claviceps purpurea, otro cantar y no solo en amarillo.
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