Los neurólogos están compuestos, grosso modo, de un 50% de neurólogo, un 25% de internista y un 25% de psiquiatra. Ni neurología desalmada, ni psiquiatría descerebrada1. Pocas cosas pueden preocuparnos más que la salud mental, desde el paciente al otro lado de la mesa hasta la sociedad en su conjunto y en todas sus franjas etarias. Que a nadie extrañe que se aborde aquí un tema tan complejo. El péndulo.
Una forma de entender la conducta, las emociones, el pensamiento y los afectos es como un continuo que va desde esa ataraxia y apatheia de los estoicos hasta la más absoluta de las desesperaciones cuando, sin desearse la muerte, se opta por dejar de sufrir. Y, entre medias, vamos meciéndonos en ese columpio que es la vida, tropezando y dando tres pasos adelante la mayoría de las veces, pero sujetos a nuestro enladrillado genético y la circunstancia orteguiana, tantas veces cruel. Hasta el más templado de los espíritus depende de numerosos osciladores que a lo largo de la existencia pueden ponerse en contraria fase y tornar la armonía en desasosiego, desesperación, adicción o delirio. La eutimia es como un diamante, tan valiosa como frágil. La ilusión.
Anhelamos la felicidad, la eudemonía, pero la confundimos con el placer. La felicidad no es la acumulación de placeres (sucesos) ni la ausencia de sufrimiento. La felicidad es proceso, camino, conciencia de que vamos a lograr las metas que nos hemos propuesto, memoria prospectiva, la vida es sueño. Es compromiso, participación, empatía, comunión, sociedad, significado y sentido. El cerebro humano está preparado para la felicidad e integra y devuelve la experiencia de su búsqueda en forma de ilusión virtuosa. La felicidad es la recompensa que el cerebro otorga a quien la busca y merece, y eso conlleva riesgos que no todo el mundo tiene arrestos para asumir. La depresión es el drama de no poder ser feliz: que no te pase. El espejo.
Tarde o temprano tenemos que mirarnos al espejo y hacer balance. Los méritos y deméritos acumulados, las oportunidades aprovechadas y los trenes perdidos, los anhelos conseguidos y aquellos que aún no se han logrado, las dificultades del camino y cómo se superaron, las muescas en el colt y los balazos, lo recibido y lo dado, nuestra cuenta de resultados, Anubis pesando nuestro corazón. The camera never lies, reza un disco de Michael Franks. El espejo tampoco, no perdona a nadie. Su reflejo tiene algo de caleidoscópico y fractal y puede interesar a cualquier marco temporal, desde el niño acosado en el colegio con su pequeña mochila hasta el anciano con la pesada carga de Sísifo. Instante clave en el que dependemos de nosotros y, en el mejor de los casos, de los nuestros. Sinceridad, perdón, contrición, expiación e ilusión renovada, esa es la actitud. Pero la enfermedad, causa y consecuencia, no lo permite. Nadie lo entiende, salvo quien la padece. Se preocupan de lo que bebes, nunca de tu sed. El egoísmo.
Hay mucho de egoísmo, de egocentrismo, de heliocentrismo copernicano en la enfermedad mental, he ahí otra de sus tragedias. Obviamente, el síntoma es subjetivo, no hablamos de eso. La enfermedad culpa, el enfermo se culpa de lo propio y de lo ajeno, al que también culpa. Difícil ayudar en semejante vórtice sin salir damnificado. Mejor mantenerse al margen, que su fragilidad no destruya la tuya. ¿Quién puede estar a la altura y acompasar su vida a la del enfermo mental grave? Hazlo por los demás, puede que los necesites más adelante, pero nadie se lo cree. Anímate, esa es otra. La mentira.
Hay pacientes que mienten y cerebros que mienten2. La conversión, la exageración, la negación y la construcción del relato son connaturales a quien está pidiendo ayuda. Omisión y comisión. Sucede porque hay familiares que ignoran, médicos que desoyen, amigos que rehúyen, jefes que desconfían: la sombra de la sospecha en las enfermedades invisibles, a ver quién aguanta eso. Pero no hay verdad sin mentira, pues esta forma parte de las verdades como los venenos de los remedios. El tiempo asistencial se sustituye bloqueando la recaptación, el problema (tenemos la firme convicción, no nos temblará la mano, quiero poner en valor, amigos y amigas) se arrincona en un PowerPoint de la enésima subsecretaría, se hipertrofia la tragedia infrecuente mientras se ningunea la cotidiana: eran 10 al día, ya son 11. Gulliver en Liliput. Mentira y cobardía, seamos claros, no se quiere abrir el melón del suicidio. ¡A saber qué hay dentro! Pocos se plantean la autopsia psicológica caso por caso: eran 10 al día, ya son 11. La cosecha.
Quien siembra vientos, cosecha tempestades. Hablando ayer con un amigo del pueblo me contaba que, de pequeño, su único juguete era un ruejo grande que iba deslizando por el suelo chocando con los del resto de la chiquillería. Había que tener cuidado para no romperse los dedos. Una especie de curling a la navarra. Luego vino el balón y el problema de los padres era meternos en casa. El cachete era táctico y el castigo estratégico. La identidad sexual se experimentaba llegado el momento: de portal en portal, de coche en coche, de cama en cama. Había muchas cosas malas, claro, salvo Torneo, el Un, Dos, Tres y La Clave de Jose Luis Balbín, mi programa favorito de la UHF siendo aún niño: películas y debates con bala, partes en equilibrio, argumentos, pensar por ti mismo. Y Mazinger Z. Ahora tenemos un sinnúmero de bestiarios y circos televisivos, soma del siglo XXI, adormidera en tu pantalla amiga. Jugar con fuego3-5.
A comienzos de los noventa nos entretuvimos unos años jugando al Doom, el Duke Nukem y otros matanazis. El motivo de dejarlo fue que las revistas del sector puntuaban su adictividad, siempre alta en los videojuegos en primera persona. Mensaje recibido. De ahí en adelante, casi todo es condicionamiento operante, vivir en una tragaperras. Se veía venir6. Refuerzo, conducta y viceversa. Desde el correo basura y el premio del e-mail esperado hasta las redes sociales y sus me gusta, like, love, eres súper radical, chupitos de dopamina, fragmentación de la atención, impaciencia, impulsividad, aquí y ahora, memoria de pez, delegación de la información, exocerebros digitales, vana cultura fugaz, opinología, egotismo, el español en 1.000 palabras, sonrisas bobaliconas, y claro, juego online, casas de apuestas cerca de los colegios, adicciones comportamentales, mira qué bíceps, la ruleta rusa del mercado de valores, equipos deportivos patrocinados por empresas de trading online y otros lobos con piel de cordero con letras grandes y colorines. Lo extraño, lo revolucionario es no quemarse. Uf, ya está. Rogamos disculpas por este garabato íntimo, pues cualquier tiempo pasado fue anterior. El dolor.
“El dolor, a pesar de cuanto nos diga o nos pueda decir la filosofía o la ciencia biomédica, es casi siempre una oportunidad de encuentro con el significado. No solo lleva a una interpretación: como un insulto o una acción ultrajante, parece exigir una explicación,” plantea David Morris en su libro La cultura del dolor7. Esto, aplicable al dolor crónico nociceptivo y neuropático, alcanza soberanía en el dolor psíquico en cualquier de sus formas, el dolor sine materia, y la ausencia de interpretación, de respuesta, tiene un nombre: sufrimiento. El binomio dolor y sufrimiento, obvio y uno en la enfermedad mental, se confunde con frecuencia en la práctica neurológica de quien está compuesto, grosso modo, de un 75% de neurólogo y un 25% de internista. No hay mayor disonancia cognitiva que la ausencia de respuesta a una de las principales preguntas que se nos confía a los médicos. Los que cuidan.
Los médicos y otros profesionales afines cara a cara son amanuenses de alto riesgo. Duermen menos y peor, tienen más adicciones, sus parejas fracasan más, los índices de ansiedad y depresión son mayores, consumen de largo más psicofármacos, viven menos años y se suicidan más, antes y mejor. La profesión en alpargatas: enhorabuena. Y, así las cosas, el paciente en el centro, el estudiante en el centro, el residente en el centro, el sursuncorda en el centro: los últimos de la órbita, una suerte de Plutón, que ni planeta es ya. Y, en estas, personas que no han visto a un paciente en su vida, los PowerPoint, van a exigirnos que demostremos de forma periódica, cada cinco años dicen, nuestros conocimientos, habilidades, actitudes y desempeños multiparamétricos y poliédricos. Todos transversales, que no falten soft skills, ese Excel que lo aguanta todo, el profesional total, Fernando Galindo: un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo8. Enseñar a tu padre cómo hacer hijos, qué cosas. Coda.
Dejémoslo aquí, basta, es suficiente. El título original de este editorial fue: La salud mental en España. Situación actual y tendencias, pero no se puede hablar de lo que se desconoce, tan solo de lo que se observa, interpreta, narra y comparte con mayor o menor tino a quemarropa. Habrá notables psiquiatras en esta sección que abordarán estos temas con conocimiento de causa, palabra. Que nadie se moleste por lo leído y bienvenida sea la crítica. Tan solo son párrafos mal hilados, ideas al vuelo aliñadas con sana provocación y alguna víscera, retales de pensamientos, de profundis. Un collage.
Ay, David!. Qué catarsis más ingeniosa y cultivada!
Un lujo leerla, fácil identificarse, incluso he tenido que consultar lo de la rueca y lo de Fernando Galindo, extraordinario López Vázquez, , no lo recordaba… eso sí, Oscar Wilde y su “De profundáis” son palabras mayores de la literatura y quedan para mejor ocasión.
Luis Carlos
Muchas gracias por tus comentarios, Luis Carlos. Hay que ponerse con Wilde, en efecto.