EDITORIAL

Ritmo circadiano sueño-vigilia: sutilidad, salud y enfermedad
May 25, 2022

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Hace unos 4.600 millones de años comenzaba la aventura del Sistema Solar. Desde su formación, el Sol ha condicionado la aparición de la vida en la Tierra y la evolución de las especies, entre ellas la nuestra.

La luz solar es la principal fuente de energía para la vida, pero también supone un alto riesgo para la misma, pues la radiación ultravioleta daña el ARN/ADN. Los primeros organismos unicelulares vivos sobre la Tierra desarrollaron mecanismos para evitar dicha radiación, descendiendo a las profundidades del océano durante el día y ascendiendo por la noche. Por tanto, desde los albores de la vida en nuestro planeta, los organismos han adoptado ritmos genéticos y conductuales que favorecen su supervivencia, predecesores de los actuales ritmos circadianos que presentan todos los organismos vivos, incluso los unicelulares.

Los ritmos circadianos no son un fenómeno pasivo, sino un proceso adaptativo al entorno cuya función predictiva es fundamental para la supervivencia de las especies. Su presencia permite a los seres vivos anticiparse a los cambios geofísicos, fundamentalmente al ciclo de luz/oscuridad, y responder de manera adecuada organizando sus actividades sociales, psicológicas y fisiológicas. Así, al ponerse el sol, nuestros ancestros se iban a dormir y, al amanecer, despertaban de manera natural, variando la duración del sueño de unas estaciones a otras. Lograr una correcta sincronía entre nuestro ritmo circadiano vigilia-sueño generado por el núcleo supraquiasmático y el ciclo medioambiental luz/oscuridad es clave para garantizar la homeostasis del organismo, y para ello es necesaria la acción de indicadores o sincronizadores externos, principalmente la luz.

Sin embargo, una característica esencial del ser humano es su capacidad para adaptar y modificar el entorno en función de sus necesidades. La luz no escapó a este hecho. El Homo erectus comenzó a utilizar el fuego hace millón y medio de años; el Homo sapiens ya fabricaba lámparas para extender el periodo iluminado del día; pero fue a partir de 1879 cuando nuestra relación con el día y la noche cambió radicalmente tras el invento de la bombilla por Thomas Edison y el posterior desarrollo de fuentes baratas de energía que permitieron su uso generalizado. Este control sobre la iluminación de nuestro ambiente nos permitió extender las horas de vigilia a la noche, que inicialmente se destinaron al ocio. Con la aparición del sistema de producción en cadena promovido por Henry Ford, esas horas robadas al sueño comenzaron a utilizarse también para trabajar, surgiendo así el turno de noche en pos de la productividad empresarial. Comenzaba así nuestra alteración de los ritmos circadianos, cosa que, ahora sabemos, tiene consecuencias sobre nuestra salud.

A lo largo del siglo XX y especialmente en las dos últimas décadas, la progresiva adopción de nuevas tecnologías y su uso generalizado han supuesto otra revolución en nuestra actividad lúdica y laboral, así como una nueva agresión a nuestro sistema circadiano, ya que se favorece un estado de actividad permanente en lo que se ha venido a llamar la “sociedad 24/7” (24 h activos los 7 días de la semana). El sueño se percibe como algo opcional o una pérdida de tiempo, por lo que las horas de sueño nocturno se han reducido progresivamente, aumentando el desalineamiento de nuestro ritmo circadiano endógeno con el ciclo medioambiental, también conocido como cronodisrupción. Este ritmo de vida está modificando los ritmos de sueño y alimentación de toda la sociedad, desde la edad escolar.

Los centros escolares de Educación Primaria están promoviendo en los últimos años el horario de clases continuado entre las 9 am y las 14:00 pm sin pausa para comer, retrasando por tanto la comida hasta las 14:30-15:30 h. Más allá de la dificultad que supone para niños de edades comprendidas entre los 6 y 12 años mantener la atención durante periodos de clase tan prolongados, el retraso de la hora de la comida es relevante, ya que está demostrado que durante la tarde/noche aumenta la apetencia por alimentos grasos. Se ha descrito un mayor riesgo de obesidad en escolares y adultos que consumen más de un tercio de las calorías totales después de las 16:00 h1. Por ello, aunque este cambio de horario puede parecer banal, dista mucho de serlo, ya que es un factor que favorece la actual epidemia de obesidad infantil y puede aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares en el futuro. Si a esto le sumamos que en torno al 15% del alumnado carece de horarios regulares de sueño, los efectos perniciosos sobre la salud se multiplican.

Al alcanzar la adolescencia, nuestro reloj interno se retrasa de manera fisiológica, de modo que el sueño se inicia y termina más tarde, convirtiéndonos en más noctámbulos. A esto se suma la tendencia social de los adolescentes a retrasar el inicio del sueño para dedicar más horas al ocio, sobre todo en fines de semana, hecho que se conoce como jet lag social. Sin embargo, los centros escolares a partir de la ESO adelantan el horario de inicio de las clases a las 8:30 h, por lo que los alumnos están abocados a una privación crónica de sueño ya que no pueden, ni quieren, iniciar el sueño a una hora más temprana por su propia fisiología, viéndose obligados a levantarse más temprano por sus obligaciones escolares. Un sueño saludable es fundamental para el aprendizaje y la consolidación de la memoria, mientras que la privación de sueño ha demostrado repercutir negativamente en la atención, reduciendo el rendimiento académico. Por ello, cuando nos sorprendemos por las altas tasas de fracaso y abandono escolar actual, quizá deberíamos reflexionar más sobre estas premisas básicas de cuidado del alumno en su proceso madurativo, respetando sus biorritmos. El movimiento actual a favor de la racionalización de los horarios laborales debería contemplar también esta etapa de la vida y comenzar a fijarse también en los horarios escolares.

Durante la etapa laboral se calcula que el 15-20% de la población activa europea realiza trabajo a turnos en horario nocturno. Esta turnicidad afecta negativamente a los hábitos de vida y es una de las mayores causas de cronodisrupción por múltiples factores. Se altera el patrón de exposición a la luz, lo que favorece la aparición de trastornos depresivos y neuróticos. También se modifican los estilos de vida reduciéndose el ejercicio físico, aumentando el consumo de estimulantes durante la noche y sedantes durante el día, junto con un mayor consumo de comida hipercalórica debido a la privación de sueño. Todo ello, unido a la modificación de los horarios de comidas y la cascada de alteraciones endocrinas debidas a la privación de sueño, favorece el aumento de peso, la hipertensión, la diabetes mellitus, otros factores de riesgo y, a la postre, las enfermedades cerebro y cardiovasculares2. Es más, en las últimas décadas se ha postulado que el trabajo por turnos puede incluso favorecer la carcinogénesis. Se dispone de estudios centrados en el cáncer de mama, observándose una OR de 1,5 para las trabajadoras por turnos3, hecho que se ha relacionado con la supresión o reducción de la secreción de melatonina. Sin embargo, las empresas no tienden a reducir el trabajo nocturno, más bien al contrario.

Llegados a la senectud, es el propio proceso de envejecimiento el que conlleva cambios en la exposición a los sincronizadores exógenos como la luz por la reducción de la vida activa, la presencia de cataratas y la pérdida de ritmos laborales y sociales. Por otro lado, el envejecimiento afecta directamente al núcleo supraquiasmático, reduciéndose la sincronía y la amplitud de los ritmos circadianos, lo que conlleva un adelanto en el inicio del sueño y el despertar, tornándonos más madrugadores según envejecemos.

Finalmente, los sutiles cambios de los ritmos sueño-vigilia pueden ser heraldo de enfermedades clave en nuestro ámbito asistencial. Así, determinados patrones de sueño pueden ser el primer signo de procesos neurodegenerativos como la enfermedad de Alzheimer. En su etapa más precoz, el sueño nocturno se fragmenta, lo que se acompaña de un aumento de las siestas durante el día, y todo ello ocurre antes de que haya un deterioro cognitivo apreciable4. Algunos autores han llegado incluso a proponer la reducción de niveles de melatonina en LCR como biomarcador precoz de enfermedad de Alzheimer. Con la evolución de la enfermedad el sueño diurno aumenta, reduciéndose el sueño nocturno, ya que las horas totales de sueño al día no se modifican. La evidencia científica indica que esta relación es bidireccional, de manera que los sujetos que realizan más siestas diurnas muestran mayor deterioro cognitivo en el seguimiento y viceversa, aquellos con peor situación cognitiva realizan más siestas a lo largo de su seguimiento5. No son las siestas las que empeoran la cognición, sino que su presencia es un marcador evolutivo de la enfermedad por el progresivo deterioro del ritmo circadiano. Al ser una relación bidireccional, el adecuado reconocimiento del trastorno circadiano puede mejorar la situación clínica y funcional de los pacientes e incluso, eventualmente, podría modificar el curso de la enfermedad.

Conocer nuestro ritmo circadiano y respetarlo a lo largo de las diversas etapas de la vida puede mejorar nuestra salud física, psíquica y social. Replanteemos nuestro estilo de vida actual para dejar de perturbar su delicado vaivén, pues un sueño saludable manteniendo el ritmo circadiano en fase con el ciclo luz/oscuridad puede ser el neuroprotector que tantos años llevamos buscando.

Referencias
  1. Wang JB, Patterson RE, Ang A, Emond JA, Shetty N, Arab L. Timing of energy intake during the day is associated with the risk of obesity in adults. J Hum Nutr Diet. 2014;27 Suppl 2:255-62
  2. Boivin DB, Tremblay GM, James FO. Working on atypical schedules. Sleep Med. 2007;8(6):578-89.
  3. Knutsson A. Health disorders of shift workers. Occup Med (Lond). 2003;53(2):103-8.
  4. Vitiello MV, Borson S. Sleep disturbances in patients with Alzheimer's disease: epidemiology, pathophysiology and treatment. CNS Drugs. 2001;15(10):777-96.
  5. Li P, Gao L, Yu L, Zheng X, Ulsa MC, Yang HW, et al. Daytime napping and Alzheimer's dementia: A potential bidirectional relationship. Alzheimers Dement. 2022 Mar 17. Epub ahead of print.

NEUR-NEWS-0522 (mayo2022)

 
May 25, 2022

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