EDITORIAL

Rompiendo paradigmas: por qué cumplir años no debería impedir recibir la mejor asistencia
February 8, 2024

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Procura vivir como si fueras a morir mañana y aprende como si fueras a vivir siempre (Mahatma Gand)

Por favor Doctora, aquí donde me ve con 95 años, tengo la misma mente que cuando tenía 20, así que no deje de darme lo mejor que tenga para estar bien, tráteme como trataría a alguien más joven, deme lo más moderno que tenga”, me decía la Sra. Carmen refiriéndose a la que le diésemos el mejor tratamiento disponible en el momento.

Esta situación se presentó como un desafío ante mí, planteado por una carismática paciente de la consulta de psicogeriatría. Su simpatía y desparpajo la convertían en una fuente inagotable de aprendizaje profesional. Carmen llegó a nuestra consulta tras haber experimentado tratamientos farmacológicos infructuosos en otra área sanitaria.  En ocasiones, nos enfrentamos a pacientes derivados con la etiqueta de “no respondedores” a intervenciones previas. Sin embargo, también en ocasiones estas derivaciones pueden estar influenciadas por un sesgo que desestima ciertos tratamientos basándose únicamente en la edad.  Si bien uno de los principios de la psicogeriatría es la prudencia en la administración de medicación: “siempre dosis bajas, comenzar lentamente y ajustar gradualmente”, esto no implica que no haya lugar para el uso de fármacos más modernos o dosis elevadas, siempre y cuando la fisiología y la ausencia  de interacciones o de ciertas comorbilidades médicas lo permitan.

Una de las primeras cosas que aprendí en mi asistencia a personas mayores, fueron las consecuencias negativas del edadismo. El edadismo se define como “la discriminación por motivos de edad que abarca los estereotipos y la discriminación contra personas o grupos de personas debido a su edad” (OMS, 2021, pp.17).

Los clichés negativos que llevan al edadismo o discriminación por edad, es un término acuñado en la década de 1960 por Robert Butler. Un tipo de exclusión que hace que las personas mayores tengan menos acceso a puestos laborales que los jóvenes, que sean tratadas de manera discriminatoria o incluso que reciban un trato infantilizado por parte de la población.

Los estereotipos negativos parecen tener una clara influencia en la salud mental y física de las personas mayores. Muchas investigaciones apuntan a que existe una amenaza directa a la cognición de las personas cuando estas creen en los estereotipos negativos. Una investigación llevada a cabo por Levy y colaboradores en 1996 y estudios posteriores realizados por su grupo, señalan que la activación de estos estereotipos negativos como, por ejemplo: “debido a mi edad soy olvidadizo“, puede convertirse en una profecía autocumplida, empeorando así el rendimiento de la memoria de estas personas. Otro ejemplo de este fenómeno puede ser que las personas mayores se vean a sí mismas como una carga para los demás, desvalorizándose y, como consecuencia de ello, siendo más proclives a la depresión y al aislamiento social. De esta forma, dichos pensamientos pueden llegar a disminuir la voluntad de vivir, deteriorar la memoria y reducir el interés por involucrarse en comportamientos que bien pudieran resultar preventivos y saludables. De igual forma, también afectan al bienestar físico, comprometiendo la recuperación de la enfermedad, aumentando la reactividad cardiovascular frente al estrés y disminuyendo la longevidad (Nelson, 2016).

Estos estereotipos también se extienden a la población con el denominado elder talk (hablar infantilizando a la persona mayor). Veamos un ejemplo: «¿Qué tal, Pepita? ¿Cómo van esas pastillitas? ¿Se las está tomando todas?». O bien, el profesional sanitario en lugar de dirigirse a la persona mayor que tiene delante durante la entrevista clínica, se dirige a los familiares directamente, ignorando o dejando en un segundo plano al propio paciente. Igual Pepita es profesora en la universidad, toca el piano y se encuentra en un momento de su vida en que es capaz de disfrutar más que nunca, de viajar y dedicar tiempo a las relaciones sociales, producir literatura…pero, aun así, es tratada como si fuese una persona incompetente.

Ante estas reveladores cifras, se destaca un hallazgo significativo: aquellos adultos mayores que mantenían autopercepciones más positivas sobre el envejecimiento, evaluadas veintitrés años antes, vivieron, en promedio, 7,5 años más que aquellos con autopercepciones menos positivas del envejecimiento (Levy et al., 2002).

Las personas jóvenes o de mediana edad también se ven afectadas por estos estereotipos, debido a que dichas ideas o creencias asociadas a la vejez pueden tener un “efecto cascada” e influir en el proceso de envejecimiento y la interacción que se genere con la población de personas adultas mayores (Ruiz y Valdivieso, 2002).

En relación a todo lo anterior, hay que estudios que diferencian entre “ser viejo” y “sentirse viejo”. De hecho, un artículo publicado en la revista JAMA Internal Medicine titulado “Sentirse viejo versus ser viejo” concluía que el grupo que afirmó sentirse más viejo que su edad real sufrió un 41% más de mortalidad. Es decir, la edad autopercibida predijo la mortalidad después de ajustar por todas las covariables. Aunque los mecanismos subyacentes de estas asociaciones requieren una mayor investigación, las posibilidades que se barajaron incluían comportamientos de salud como mantener un peso saludable y seguir consejos médicos y una mayor resistencia, sentido de dominio y voluntad de vivir. Estos datos son muy esperanzadores porque nos dan idea de cómo podemos llegar a influir en la esperanza de vida a través de nuestros hábitos. Ciertamente, otros estudios señalan que, si bien para llegar a convertirse en un centenario es verdad que la genética juega un papel determinante (son pocos los que llegan y parece que la diferencia la marca la genética), de cara a la posibilidad de llegar a ser octogenario con salud, lo que juega un papel aún más significativo sin embargo son los hábitos, representando hasta un impresionante un 75% u 80% de influencia en este viaje hacia una edad avanzada con bienestar integral (Perls, et al., 2002). Este tipo de estudios resaltan el poder que tenemos para moldear hasta cierto punto nuestro futuro. Es decir, si bien para una longevidad excepcional son necesarios o casi imprescindibles unos buenos genes,

Para concluir, cabe recordar otro aspecto fundamental que olvidamos con frecuencia: algunas funciones cognitivas que mejoran con la edad. Por ejemplo, con la edad puede mejorar nuestra capacidad de regulación emocional, nuestra capacidad de tomar decisiones basadas en la experiencia, se reducen nuestros niveles de ansiedad, tenemos las ideas más claras a la hora de alcanzar nuestros objetivos, una capacidad para favorecer emociones basadas en memorias positivas frente a estímulos negativos, una mayor capacidad para empatizar con el otro y practicar la autocompasión.  También muchos de los trastornos mentales pueden disminuir con la intensidad como si la mente llegara a un periodo de estabilización (ej. síntomas de disrregulación emocional en los trastornos de personalidad, intensidad de los síntomas psicóticos de la esquizofrenia o fases del trastorno bipolar). Por último y esta vez en tono de humor, la vejez es también esa etapa en la que obtienes automáticamente el “Doctorado a la indiferencia” con tesis titulada “cosas que antes me importaban y que ahora me importan un….” y puedes volverte catedrático de la calma porque eres más capaz de enfrentar el caos con serenidad.

La vejez se presenta como un desafío universal por el que pasaremos todos, bueno no todos, los que sean agraciados con el regalo de los años. Es crucial alejarnos de las propias limitaciones autoimpuestas, esas que construimos con nuestras palabras acerca de la edad: “Soy demasiado mayor para emprender nuevas experiencias» o «Ya es tarde para estudiar un idioma». La realidad es que la madurez no solo permite, sino que demanda la adquisición constante de conocimientos. En este capítulo de nuestras vidas, no solo podemos explorar nuevas facetas, sino que se nos insta a hacerlo.  

No debemos perder de vista que, cuando nos referimos a funciones y capacidades cognitivas, no solo nos referimos a esas funciones superiores que se han medido tradicionalmente desde la neuropsicología como la memoria, atención, concentración, capacidad visuoconstructiva y visuoespacial y función ejecutiva, sino que también contempla la cognición social, una suerte de abanico que abarca a todas las demás ya que, si se ve afectada, interferirá sobre las otras. Y la cognición social no solo se limita al mero entrenamiento de sudokus o sopas de letras, prácticas comunes entre muchas familias, sino que se nutre de las relaciones interpersonales.

Acudir a centros sociales donde se deben mantener formalidades y convenciones sociales como saludar cordialmente o interpretar conceptos abstractos, ejerce una estimulación cerebral más significativa y variada que la simple realización de actividades concretas que estimulan una y otra vez la misma función como las sopas de letras.

Este enfoque es similar a la evolución en el campo del deporte hacia la realización de ejercicios funcionales. Estos ejercicios trabajan no solo los músculos principales, sino también los estabilizadores y neutralizadores. Al centrarse en movimientos que imitan las actividades cotidianas, el entrenamiento funcional no solo desarrolla la fuerza y la resistencia, sino que también mejora el equilibrio y la coordinación. Así como los ejercicios más tradicionales pueden compararse con tareas más aisladas y específicas, como levantar pesas, la estimulación cognitiva en grupo ofrece beneficios adicionales, las interacciones sociales y las tareas cognitivas más complejas activan diversas áreas del cerebro, mejorando la función cognitiva de manera más integral.

Igualmente, el estudio más largo de la historia sobre la felicidad liderado por Robert Waldinger, también ha revelado que son las relaciones sociales las que está más estrechamente vinculadas a nuestro bienestar y felicidad

En resumen, erradicar el edadismo no solo es un imperativo ético, sino también una llave clave para desbloquear un futuro más amable y saludable. Al poner fin a las barreras discriminatorias basadas en la edad, no solo transformamos la atención a nuestros pacientes, sino que también allanamos el camino hacia una sociedad más inclusiva, rica en diversidad y con más oportunidades

Referencias
  1. Levy, Becca r., «Mind matters: Cognitive and physical effects of aging self-stereotypes», en Journal of Gerontology, vol. 58, n.o 4, 2003.
  2. Perls, T., Kunkel, L. M., & Puca, A. A. (2002). The genetics of exceptional human longevity. Journal of the American Geriatrics Society50(2), 359-368.
  3. Nelson, T. (2016). Promoting healthy aging by confronting ageism. The American psychologist, 71(4), 276–282. https://doi.org/10.1037/a0040221
  4. Jeste, 2010. Successful cognitive and emotional aging
  5. Worthy, 2011. With age comes wisdom: Decision making in younger and older adults.
  6. Rippon I, Steptoe A. Feeling Old vs Being Old: Associations Between Self-perceived Age and Mortality. JAMA Intern Med. 2015;175(2):307–309. doi:10.1001/jamainternmed.2014.6580

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